Regularmente los seres humanos creemos tener más capacidad de las que realmente poseemos y la expresamos en la necesidad de atraer la atención, la valoración o la confirmación de tales capacidades a través del otro, pretendiendo así encontrar el bienestar emocional que necesitamos, olvidándonos por completo que el principal objetivo de las normas del buen vivir es ser personas libres y auténticas.
El estar confundidos de esta manera, impide nuestro crecimiento personal, afectándonos de tal manera que en nuestra mente aparecen ideas con una imagen distorsionada del yo y que al exteriorizarse en conductas generalmente negativas, modifican nuestro comportamiento.
Cuando empezamos a pensar o creer que jamás podremos estar a la altura de lo que se espera de nosotros o inventar una incapacidad física, mental o emocional, o pretender ejercer derechos que solo nosotros creemos tener, o peor aún, andar por la vida pretendiendo ser el centro de todas las miradas, es cuando caemos en los complejos de inferioridad o de superioridad como ser la arrogancia y la vanidad.
En principio, el complejo de inferioridad funciona como un sentimiento en el cual de un modo u otro una persona se siente desvalorizada por los demás, es un estado avanzado de desánimo y evasión de las dificultades. En cambio la arrogancia es un defecto que se refiere al excesivo orgullo de una persona en relación consigo misma y que la lleva a creer y exigir más privilegios de los que tiene, generalmente refiere a la altanería o al complejo de superioridad. En cuanto a la vanidad, esta nos lleva a la necesidad de anhelar que nos acepten tal como creemos que somos, pero que muchas veces no mostramos nuestro verdadero rostro por miedo de lo que piensen y digan los demas.
Vivir en este estado delata nuestras propias carencias emocionales. Los complejos, la arrogancia o la vanidad operan de una manera tan fantástica, que hasta puede llegar a hacernos preocupar por cosas tan insólitas como ser lo que pensarán de nosotros incluso después de muertos y enterrados.
De ahí la importancia de conocernos y aceptar quiénes verdaderamente somos, de este modo, entraremos en contacto con una visión más objetiva de nosotros mismos, no solamente poder cuestionarnos y evolucionar, sino ser mas auténticos y comprometidos.
Debemos entender que solo respetando nuestros principios y valores, creyendo en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, siendo capaces de tomar las riendas de nuestra vida, evitando vernos conforme los ojos ajenos, abandonando nuestro disfraz y conectándonos con nuestra autenticidad, podremos desprendernos definitivamente de las mascaras de los complejos, las arrogancias y las vanidades, pero debemos empezar hoy, aquí y ahora.
El secreto radica en en ser íntegros y fieles con nosotros mismos, comprendernos y aceptarnos tal cual somos, y en esas condiciones, iniciar el camino hacia la persona que queremos y debemos ser LUÍS ALBERTO.
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