lunes, 29 de octubre de 2012

Diálogo en Cerro Corá

Cerro Corá, Paraguay, un paraje rodeado de montañas, pertenece al departamento de Amambay,  Cerca de ese lugar corre un río, el Aquidabán también conocido como Niguí,  tan misterioso como salvaje.

En ese lugar un primero de marzo del año mil ochocientos setenta sucedió el último combate de la Guerra de la Triple Alianza, yo Coronel del Ejercito Paraguayo, nacido en territorio argentino, fui testigo de lo que hoy voy a describir.

Antes de la batalla en Cerro Corá, la proporción de fuerzas era de cinco a uno. El Ejercito Paraguayo armado solo con lanzas y fusiles de chispa. Los soldados del Ejercito Paraguayo, hacía meses que se alimentaban con raíces y frutas silvestres, apenas tenían fuerzas para mantenerse en pie.

La situación era difícil, casi trágica, el Mariscal López sabia que su destino ya estaba marcado pero la sangre guaraní  estaba de pie, era preferible morir que dejar que el ejército invasor regara esos terrenos de sangre sin oponer resistencia.

El Mariscal apareció montado en su caballo de batalla, a su lado, estaba el coronel Panchito Solano, de diecisiete años,  jefe de su Mayor, valeroso soldado. Al verlo, tan sublime tan humano, pronuncie estas palabras.

“Viva el excelentísimo Mariscal Presidente de la República y General en Jefe de sus Ejércitos don Francisco Solano López.”

Todos respondieron. Soldados, o tal vez solo simples ciudadanos, mujeres y niños, porque todo el Paraguay era una misma cosa, un bloque solidó y con una moral indisoluble.

La arenga pronunciada por el Mariscal, encendió el ánimo de la tropa, y aunque estaba debilitada agitaron sus harapientas gorras coloradas.

El Mariscal desmonto lentamente, me saludo con un tierno abrazo, encendió su cigarro y agregó.

“Vamos a librar un gran combate Coronel, quizás nuestra última batalla. Si llega usted a salvar su vida, debe escribir esta historia. “

“Quizás nuestro país este consumido, pero el Paraguay nunca será vencido, no esta agotado, el espíritu paraguayo esta intacto, pasarán décadas, costará muchos, pero el Paraguay resurgirá y será lo que por destino esta obligado a ser”.

El tiempo y la historia nos juzgaran y en otro tiempo lucharemos, frente a otros intereses, juntos, tal vez, con los que hoy estamos enfrentados, en algún tiempo Paraguayos, Argentinos, Uruguayos y Brasileños, estaremos unidos y será cuando algunos entiendan que somos una sola cosa”.

Agrego algo que marco por siempre mi vida "En la antigüedad, en aquellos tiempos de hombres extraordinarios, el que perecía en la contienda luchando, era el vencedor,  porque era considerado el primero en la jerarquía de los héroes”.

"Estoy convencido que no he sido un soldado dotado de una gran genialidad militar, quizás debí planificar mejor algunas batallas, pero despejado de toda vanidad digo, he tenido el don de la voluntad que constituye la energía del acto, la proeza objetiva concreta, que avasalla los sucesos y la imaginación humana, que vale mucho, pues se sustenta con un sentimiento dominante más poderoso que el instinto de la conservación, un sentimiento único que exige imperativamente la supresión irrevocable de ese delirio angustioso que se llama la muerte.”

Dichas estas palabras sabia que estaba decidido a luchar hasta morir y así fué, cayo como pocos tuvieron la suerte de caer, con su sable en mano y envuelto en su bandera, junto a su valeroso hijo, unidos para siempre, tuvo errores como todo ser humano que se precie de tal, pero fué valiente, audaz y decidido.

Al final de la guerra, los soldados de la triple alianza, sufrieron el dolor de vencer a uno de los pueblos mas valientes de la América, un pueblo que no se desesperó, ni pidió clemencia, simplemente lucho hasta el final junto a su líder.

Este general soldado, valiente conductor, líder místico, ni pudo ser callado ni aún después de su muerte, hasta hoy lo lloran respetuosamente; un pueblo que lo amó y que murió con el, un enemigo que lo respetó y mucho y un mundo que lo extraña y bastante.

Cumplí con mi Promesa señor Mariscal de Campo, Presidente de la República y General en Jefe de sus Ejércitos, Don Francisco Solano López. Atentamente Coronel Víctor Silvero, testigo de una masacre. LUÍS ALBERTO.

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