lunes, 31 de octubre de 2011

El Padre Ben

Existe un tiempo donde se entremezclaban la magia con  las  historias, leyendas y aventuras, donde la  inocencia es la gran protagonista, esa etapa se llama infancia.

En esa época y en un mágico lugar, una de las actividades de los vecinos era reunirse los domingos para ir a misa y después comentar durante la semana y a modo de charla/debate, lo dicho por el sacerdote.

Lo que hoy se conoce como las clases de Catequesis, los más chicos concurríamos a “la Doctrina”.

Nuestra catequista, Doña Hetale, una maestra alemana que sabía mucho de todo, especialmente de religión y particularmente de la Biblia, estar cerca de esta mujer era como estar más cerca del cielo, por esa razón muchos chicos cursaban todos los años "la Doctrina".

La capilla se llamaba San Francisco, era una casita de madera, para anunciar el inicio de la misa o  las clases de la doctrina, se utilizaba como campana una llanta vieja, que golpeábamos con un pedazo de hierro. Ser designado para “tocar la campana”, era todo un privilegio.

El padre Ben era el cura párroco del populoso barrio Belgrano, también llamado "la picada doce", una mezcla de paraguayos, alemanes, polacos y japoneses. Era un sacerdote filipino a quien  todos lo querían y todos lo admiraban.

Siempre sonriente, siempre alegre, ser su monaguillo era un placer y ser el encargado de los monaguillos, un honor, yo ocupaba ese cargo y con escasos doce años era como ser una especie de general.

Con él aprendí el significado de peregrinar y ayudar, caminábamos por el barrio en busca de ayuda, ya sea para reconstruir la casita de doña Teresa, destrozada por un tornado (algo muy habitual en la zona), para terminar  la capilla o juntar comida para algún necesitad, siempre había una razón y  era un placer salir a buscar ayuda.

Recuerdo cuando una gran tormenta destruyo parte de la ciudad. Con el padre Ben salimos a  pedir un ladrillo o el precio equivalente, juntamos tanto que al poco tiempo parecía que no  había pasado nada.

Recorrer los hospitales o las cárceles era otro placer, compartíamos la comida, rezábamos y hasta  jugábamos al  futbol, todos en perfecta comunión.

Hasta que una tarde  sucedió, Beto un amigo me dio la noticia.

-Nos deja el padre Ben. –Se va a otro lugar.

-No puede ser, no puede ser posible, repetí reiteradas veces. Salí corriendo hasta mi casa y se lo comenté a mi mama, a mi hermano…a todos.

Me fui corriendo hasta la capilla, no lo encontré, no estaba, camine desesperado, no podía ser cierto, no podía ser… era algo tan injusto… ¿Por qué? … ¿Por qué?

Algunos vecinos me dijeron que era lo normal, otros decían que siempre fue así, que ya paso otras veces y que vendría otro sacerdote, tal vez más bueno. Pero para mi no era así, se iba el padre Ben, no era posible… ¿Acaso no lo entendían?

Lo vi el día siguiente, estaba en su habitación preparando sus cosas, corrí a su lado y lo abrace fuerte.

-No se vaya padre, no puede irse, dije. -Usted es uno de de nosotros, que será de la capilla, que será de los enfermos, no puede...

Me miró. Sonriendo como siempre.

-No es verdad, no me voy, solo me alejo un poco para ver mejor y mas lejos, pero siempre estaré con ustedes.

-Estaré siempre en la sonrisa de un niño. En los ladrillos de la casita de don Vera, en la salita de primeros auxilios o cada cárcel que estuvimos, allí  estaré y también estarán ustedes.

-Además están los teléfonos, y las cartas, siempre estaremos juntos. Siempre…

-¿Por qué no caminamos por el barrio?

Y nos fuimos caminando. Saludamos a Doña Francisca que cuidaba a sus gallinas, a Don Pedro, siempre arreglando su viejo camión que nunca lo vi funcionar, jugamos cinco minutos al futbol en un potrero, tomamos un refresco en un bar muy chiquito, y ya de noche no despedimos.

-Bueno Luisito me voy, te dejo la tarea de seguir cuidado a los mas chicos, a los necesitados, a los enfermos, a los presos, nunca te enojes innecesariamente tampoco niegues una sonrisa.

-Alegrándote siempre en las mañanas y disfruta de tus días tal como se presentan, sin vacilar, combatiendo tus dudas y tus miedos con fe, porque  en la vida, nada es tan grave.

-Trata de ser siempre autentico por lo tanto mantén siempre la firme promesa de ayudar a alguien a ser feliz, nunca olvides esa canción que siempre te gustó “que tu cansancio a otro descanse”.

Y se fue solo como siempre…caminando despacio como pidiendo permiso.

Siempre que lo recuerdo siento la presencia misma de Jesús. El siempre nos regala este tipo de Ángeles, los que nos enseñan que el amor existe y que un mundo mejor es posible. LUIS ALBERTO.

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