Ese tiempo llamado infancia donde se mezclan todas las cosas, donde las vacaciones y la magia permiten que duendes y hadas alimenten la fantasía.
Donde conviven Los Reyes Mayos, Santa Clauss y el ratón Pérez, es en esa época que conocí a una de las mujeres más grandes de mi vida, la abuela Chanda.
Siempre sostuve que si Leónidas contaba entre sus filas a la abuela Chanda no hubieran pasado los Persas. O si fuera general Cartaginés, Aníbal hubiera destrozado a todo el imperio romano rápidamente.
Menuda mujer, media aproximadamente un metro con cincuenta centímetros, sus brazos parecían dos ramitas de duraznos, pero su fortaleza física y espiritual era tanta, que era capaz enfrentar a cualquier animal, llevar adelante todo un campo con animales, plantaciones y empleados.
No se cuando descansaba ni como se daba tiempo par atender a todos, especialmente al abuelo Juan, su esposo, su gran amor.
Tampoco olvidaba a sus hijos, a sus nietos, siempre tenia algo para todos, nadie se quedaba sin su atención ni se sentía olvidado.
En un hermoso día, de aquellos cuando el sol penetra la piel y el viento norte realza el aroma de las flores y los pájaros alborotados realizan aeróbicos vuelos, cuando tuvimos este diálogo que me enseñó a entender muchas cosas.
Regresábamos del campo con frutas y verduras cantando una hermosa melodía en portugués.
Al verla tan feliz, y con tanta paz, le pregunte ¿Como se hace abuela, para ser tan feliz y tan fuerte?
Sonriendo me dice.
- No se, tampoco creo ser tan fuerte, creo que Dios me enseñó algo muy importante, me enseñó a sentirme parte de la creación y que la naturaleza es un regalo.
-Me enseñó a apreciar una planta, mirar a los árboles, tocarlos y abrazarlos, a disfrutar de la luz del sol o admirar las estrellas, a sentir la caricia freca del aire a las mañanas y de la brisa tibia del atardecer, a saber que pisar el suelo siempre te da la amergía necesaria para soportar las exigencias del día.
- Pude ayudar y comprender a los demás, incluso a quienes no me amaban lo suficiente, también aprendí que el agua puede limpiar el alma y curar el dolor.
-Luisito, nunca dejes que tu corazón sufra, ni siquiera por el dolor, el dolor es inevitable en cambio el sufrimiento depende de ti y si te propones lo puedes controlar.
-Cuando algo te preocupe, mira a tu alrededor, ponte en la presencia de Dios y como El te conoce muy bien, si te pide algo es seguro que lo puedes hacer y que no vale la pena preocuparte.
-Tampoco olvides las risas de los niños y los consejos de los mayores, escucharlos te hará mejor persona, más fuerte y más feliz.
Despréndete de las cosas que no necesitas, vive el presente con todas tus fuerzas y todo tu corazón, recuerda que el presente es muy fugaz y que el tiempo no se detiene, si te descuidas, se te puede escapar de las manos.
No dijo mas nada, le dí la mano, un beso y me sentí el niño más feliz del mundo. LUIS ALBERTO
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