lunes, 19 de diciembre de 2011

El abuelo Juan

Colonia Santa Teresa, Provincia de Misiones, Argentina, un lugar de ensueño, un río, el Piray Guazú, selva y verdes praderas, plantaciones de te, yerba mate, naranjas y pinos, hacen de este lugar un verdadero paraíso.

En ese paraíso,  vivía el abuelo Juan, con la abuela Chanda, la tía Diluís, Juancito, Fleitas y otros, que ayudaban en la tareas del campo.

Todo allí era mágico y despertaban todas las emociones,  los animales, los atardeceres, los amaneceres, los pequeños arroyos que cruzaban y el ensordecedor trinar de pájaros.

Casi siempre pasábamos las navidades y los años nuevos en ese lugar, toda la familia se reunía a festejar. Caminar y rejuvenecerse o volver a nacer eran las expresiones más comunes.

Y ahí estaba el Abuelo Juan un hombre robusto, alto, corpulento y de voz gruesa, lleno de historias y anécdotas, su solo presencia imponía un respeto tal que nadie dudaba de sus decisiones.

Generalmente era consultado por todos y para todo, desde una opinión acerca de algún candidato para la nena, decisiones comerciales, curaciones de enfermos, hasta más de un pleito lo resolvió a modo de Juez de Faltas, era una especie de “sabelotodo”.

Era reconocido como cazador, pero de aquellos que respetaban al animal, siempre decía, es fácil cazar si llevamos la ventaja. “El cazar no es matar sino enfrentarse con el “TUTU” (Jefe o macho dominante) y decidir quien es quien ese lugar y en ese momento”. Escuchar estas cosas hacía del abuelo un ser más admirable aún.

En un lindo atardecer, estábamos reunidos hablando con el abuelo a la sombra de un hermoso árbol, el calor, los pájaros y las cigarras daban la perfecta sensación de que el tiempo se había detenido.

El abuelo se quitó la camisa y se pudieron ver en su cuerpo profundas cicatrices y  profundos cortes.
-¿Qué son esa cicatrices? Pregunté.

-“Ha, dijo, esta fue una  dura contienda que tuve con un amigo.”

Permaneció un rato en silencio…continuo…

-“La cosa era que en este lugar, se sabía de que un tigre (Yaguareté),  que estaba causando estragos entre los animales de la zona, se había convertido en una amenaza, incluso para los humanos, se sabía de la desaparición de un pobre viejito que caminaba a orillas del Piray”.

-“Como sabían que yo conocía la zona y podría aportar una solución una tarde tome mi rifle, el machete de “briga” (pelea), mi revolver y me senté en el suelo a conversar con mis compañeros de siempre, mis dos perros de caza,  “León” y “Campana”, y me interne al el monte”.

Así  inició el relato y fue llevándonos como si fuera una hermosa película.

Nos dijo que anduvo todo el día, que como conocía del lenguaje de los árboles, le dijeron que la cosa estaba muy mal,  los leñadores estaban destruyendo la vegetación y contaminando las aguas. Los Guaranies, le invitaron a comer un hermoso pescado asado y le contaron su preocupación por la presencia de este animal.

Se cruzó con cazadores quienes le contaron de este animal era de enormes dimensiones y que era la encarnación misma del diablo. El abuelo reía, sabía de las fantasías de los hombres y su reacción ante lo inexplicable o el miedo.

Tuvo la certeza de hablar con el “Pombero” (duende de los bosques misioneros), quien le pareció ser mas amigable que lo que se decía de él.

Hasta que sucedió lo esperado. León, viejo y experimentado cazador se paró y giró rápidamente hacia la derecha como para cubrir el flanco, mientras Campana retrocedió como para tomar impulso, entonces el abuelo Juan  comprendió...

Sobre un árbol estaba el tigre, era el ejemplar más grande e imponente que había visto, lentamente sacó su rifle, le apuntó directamente a los ojos, el tigre solo lo miraba, “ya esta… lo tengo”, pensó.


El, tigre solo lo miraba, iba a disparar, cuando de repente, el tigre se paró como ofreciéndole el pecho y así hacer que el impacto sea mas certero.

El abuelo Juan dudó, bajó el arma, “no… así no… no sería justo”.

Dejó el rifle en el suelo, se quitó el revolver, se sacó el sobrero, desenvainó el machete de “briga”, se quitó la camisa y se la envolvió en la otra mano a modo de poncho.

Buscó un claro y con un gesto invitó a su amigo, a acercarse.

El animal se abalanzó, sintió su aliento cerca del cuello, sus garras, sus dientes… Cayeron al suelo y rodaron hasta un pequeño arroyo, se separaron,  volvieron a atacarse, otra vez cayeron y otra vez giraron… y otra vez…y otra vez.

Por fin volvieron a ponerse de pié, se miraron, los ojos del tigre se entrecerraron sabía era el golpe final. El abuelo Juan sintió que el dolor le quemaba la espalda, estaba algo mareado, sintió el gusto de su sangre, estaba al límite…

Entones se decidió, dando un fuerte grito salto sobre su contrincante y girando hacia la izquierda, sobre el corazón del tigre clavo su machete de briga provocándole un corte mortal.

Sintió el abrazo desesperado,  cayo junto al tigre, ya estaba muerto…

Se levanto abrió el pecho del animal, comió su corazón y bebió su sangre, con diría después “Por respeto”. Después lanzó un fuerte grito en compañía de sus dos únicos testigos León y Campana.

Permaneció un rato en silencio, nadie dijo nada, yo pensaba en el significado de la palabra valor, honor, amistad y no pude encontrar ninguna definición más perfecta que  esta experiencia.

Lentamente se levanto se puso la camisa y se fue…caminado lentamente como pidiendo permiso en cada paso.

Hasta que una día el abuelo Juan partió…  Hoy se cuentan sus anécdotas como si fueran leyendas. Muchos lo lloraron, muchos aún lo exytrañan, sus nietos lo recuerdan como el abuelito Juan, otros lo admiran como Don Juan (no el Tenorio).

Personalmente yo quiero recordarlo como aquel gran hombre que vivió y murió feliz, rodeado de sus hijos, nietos y bisnietos.

Estoy seguro también que hoy estará muy feliz en esa verde pradera, brindando y a las risas con su amigo el tigre, dándose otros abrazos,  compartiendo otros desafíos… … LUIS ALBERTO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario