viernes, 4 de noviembre de 2011

Una Mujer Espartana

Guardó suavemente la espada y como quien acaricia a un niño acomodó sobre sus espaldas su capa roja, la de tantas batallas, la de tantas victorias, era de su padre será de sus hijos.

Caminó unos pasos hacia la ventana, sabía de las desventajas que tenían con respecto al enemigo, ellos eran miles. Pero aún así alcanzarían la victoria porque eran trescientos, pero trescientos Espartanos y esa era la gran diferencia. 

Confiaba en su Rey y en su General, en este caso la misma persona, confiaba en sus hombres como también confiaba en si mismo,  era un Capitán, era un Capitán Espartano.

Escuchó unos pasos, era su mujer, una mujer Espartana, su otra mitad, su complemento perfecto.

Entregándole el casco de  guerra y mirándolo fijamente a los ojos, con una voz firme pero dulce a la vez, dijo.

- Solo recuerda quien eres.

- Eres hijo de valientes y padre de valientes. Eres de aquellos que cabalgan con la muerte derrotando al miedo.

- Sabes que tu nombre es leyenda, tus enemigos te temen tanto como te aman y te respetan tus hombres, saben que con solo escuchar tu nombre, tiembla la tierra.

- En  las noches de vigilia los relatos acerca de tus victorias alegran los corazones.

-  Sabes también que existe solo una manera de volver, victorioso. Para eso te preparaste y para nos preparaste.

- Recuerda también que detrás de ti está tu familia, que de ser necesario será la falange que cuide tu espalda.

- Esta lanza que hoy portas lleva en si el amor de tu esposa, el respeto de tus hijos y la grandeza de tu estirpe.

Abrazándolo fuerte, mientras el viento despeinaba su larga cabellera, sentenció.

- Espartano que los dioses estén de tu lado. LUIS ALBERTO.

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