sábado, 16 de abril de 2011

El viejito

Viajar en tren a las 06,30 y además sentado, es tener suerte.

Yo estaba sentado y también cómodo, dispuesto a leer el diario,  cuando de repente sube un viejito y saluda muy amablemente a todos mirando hacia ambos lados como buscando respuestas.

Entender las actitudes de las personas que circulan por Buenos Aires y en un tren urbano es tarea de psicólogos. Todos están nerviosos, desconfiados  y malhumorados, les  molesta que los miren y detestan que los toquen. Por lo tanto la primera intención del viejito fracasa, a nadie logra convencer.

Lo miro nuevamente y encuentro sus ojos fijos en mí, obligándome a saludarlo, - ¿Como anda joven? – Bien.  Contesté,  -Que día frío, -Si, mucho frío contesté.

Observé dos cicatrices en sus manos y en la frente. Vestía una especie de tunica y calzaba un par de sandalias sin medias, y con este frío, pensé. Como adivinando mi pensamiento dijo, si mucho frío, y con todas esta gente pidiendo.

-Si contesté, la verdad que últimamente mucha gente pide cosas en los trenes.

-¿Usted es una persona que ayuda a los demás?, ¿suele dar cosas? –Si. Contesté. -Siempre doy cosas. –Que bueno, dijo y repitió. –Mucha gente pide cosas… mucha…

Me puse a mirar y sentí una sensación extraña como si la mente se desprendiera del cuerpo y transité por el tren,  al lado mío estaba el viejito.

Vimos como una niña de ocho años junto al hermanito pedían comida, un señor en silla de ruedas vendía estampitas, dos niños buscaban comida en un basurero, una madre pedía dinero para comprar remedios. Vimos ciegos, mendigos, enfermos, niños, adolescentes, ancianos…tristes, necesitados.

Les daban cosas, alguna moneda, resto de comida, algún juguete viejo, un señor muy bien vestido le entrega a un niño una gaseosa que su hijo ya no quería tomar.

–Si dijo el viejito la gente da solo aquellos que le sobra o que les estorba. Mira ese hombre, le da ropa que ya no usa, el otro la comida que ya no come, es como si el prójimo fuera una especie de tachito de basura. “Un tacho de basura humano”, pensé, otra vez adivinó mi pensamiento… -Si dijo, tachos de basura humano. Eso no es dar, eso también es mendigar. Repitió. -Eso también es mendicidad. Sentí vergüenza, sentí dolor.

Señor…señor, me despertó un guarda de trenes.-Llegamos a la estación terminal. –Gracias, dije y baje del tren.

Subí a un taxi, el conductor estaba llorando. -Que le pasa señor. -Me robaron, me robaron toda la recaudación,  tengo que empezar de nuevo.  Salimos… son diez pesos señor, le doy veinte…quédese con  el vuelto. –Gracias señor.

Abro la puerta, recuerdo al viejito…eso no es dar… me quito el reloj y se lo entrego… quizás le den algo por esto…-muchas gracias, muchas gracias… sigo pensando en el viejito…recuerdo mi cadenita de oro, amague con quitármela, pero no pude…saludo y me voy.

Caminé lentamente pensando en mi cadenita de oro, no pude, era un regalo, me gustaba, me traía suerte, seguía pensando en el viejito… eso también es mendicidad.

Desde ese día algo cambio en mi corazón,  nunca pude olvidarme la tierna  triste mirada de ese viejito que me enseño el  dar sin mezquindad, sin mendicidad… Ellos no son basureros humanos… Son nuestros hermanos que hoy nos necesitan para ser al menos tengan un poco de luz o tal vez ser un poco más feliz. LUIS ALBERTO.

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